La deuda externa no es nuestra.
Al comienzo mi deseo era completamente manco.
Hubiera querido ser ambidextro, Eréndira,
pero ante ti y tu historia, con las justas me he quedado zurdo.
Desde entonces somos hermanos gemelos.
Yo no tenía ni la menor idea de entrar.
Quería solamente escuchar a Francisco El Hombre.
Donde Catarino,
hallar las huellas de mi hermano perdido en sus canciones.
Era medianoche y estaba a punto de partir,
cuando esta señora me exigió veinte centavos
para entrar al país de las delicias.
Al mirarte,
eras tan sólo una niña triste
desposeída de ti
-pues tu único bien no era tuyo sino de cualquiera-
con la resignación vestida de una carne fláccida,
ni siquiera tus pobres pezones de perrita triste
-balas decapitadas calibre 22-
eran tuyos.
La fauna acezante y la flora suntuosa del país de las delicias
por veinte centavos,
no eran más que un espejismo de los hombres tristes del trópico.
(Posiblemente la soledad sea un buen afrodisíaco)
Disfrazado de abuela, Dios te mataba a plazos,
enloquecido por los veinte centavos que 62 soldados le pagaban
día tras día
para acostarse contigo.
Según tus cálculos, te faltaban todavía diez años,
a setenta hombres cada noche,
para cancelar esa deuda tan rara.
A este paso -pensaba yo-
terminarías tragada por la fuerza terrestre.
Pobre Arídnere,
eres la única araña
que edificaba con su culo la casa de otra.
Yo he vuelto esta mañana
con el caballo de la suerte que te faltaba
- el amor, nada más-
para decirte que contaras conmigo,
para tomar a cargo tu revuelta,
para matarle a Dios,
para borrar la fetidez de tu historia atascada,
pero tú ya no estabas.
lunes, 19 de octubre de 2009
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