Ramiro Oviedo
“Las perversiones del marketing han contaminado la poesía”
—Ramiro, vamos al principio, cuéntame: ¿cuándo nace tu relación con la literatura y la poesía? ¿Cómo es tu proceso creativo?
—Creo que empecé a escribir cuando aprendí a bañarme solo. Lo que pasa es que de pequeño, en el pueblo donde nací no había servicios higiénicos. Yo tenía casi cuatro años y una noche, después de la cena, fui al pozo de la huerta, atravesado por una tabla, en la que uno se sentaba a cagar viendo el cielo y escuchando a los sapos. Sin darme cuenta sentí que estaba como bailando un vals, pero sentado en la tabla. Para mi mala suerte era un temblor. Cuando me di cuenta ya estaba pataleando en un hueco de mierda. Toda mi familia había salido volando al patio para ponerse a buen recaudo y nadie se dio cuenta de mi desgracia. Por suerte, un vecino que había escuchado mis berrinches previno a mis padres. Desde entonces tengo la impresión de que huelo a mierda y que sólo escribiendo puedo limpiarme. Cuando me bañé solo por primera vez, y a veces incluso ahora, tengo la impresión de haberme caído en un hueco de mierda de 240.000 km². Mi viaje a Francia sólo contribuyó a agrandar el hueco. El mundo entero es un pozo séptico y la escritura es una especie de duchazo forzado. Mi proceso creativo es de los más ordinarios. Tuve una infancia perfecta, fui un plazuela total. Desde que llegué a Quito, casi a los seis años, se me dio por aprenderme a la agüita la ciudad. Vivía a cinco cuadras de la Plaza Grande y conocí casa por casa todo el centro histórico. Comencé a trabajar a los ocho años, cuidando a dos chicos —hijos de la puta más brava del barrio— que estaban en mi escuela. Yo les daba el desayuno, les vestía, les llevaba a clases, les traía de vuelta a la pensión, les iniciaba en la vida, y había noches en las que terminaba inventándoles cuentos para que se durmieran. Mis padres ni cuenta se daban, pues trabajaban tanto que no tenían tiempo para controlarme. Después me metieron preso en un seminario, donde estuve interno seis años, aprendiendo entre otras cosas griego y latín y sin ver a nadie. Sólo salía en vacaciones de navidad, de semana santa y las de fin de año. En este lugar lo único que podías hacer era jugar fútbol como si se acabara el mundo después del recreo, estudiar como loco y leer, leer y leer. Creo que ahí comenzó esta vaina de la literatura. En cada comida, por orden alfabético alguien leía un capítulo de un clásico en voz alta. Antes de comenzar el almuerzo o la cena, igualmente, alguien tenía que recitar un poema de memoria ante alumnos y profesores. Muchas veces se me paraban los pelos y se me ponía la piel de gallina al escucharlos. La literatura era una fiesta que continuaba por la noche en mi cama. Encendía una linternita y seguía leyendo. Durante las misas diarias, de segundo a sexto curso, camuflaba los libros con un forro de misal y seguía leyendo. Eso me volvió medio zombi. Vivía en otro planeta y me pasaba pensando poemas que no escribí nunca, hasta los 16, cuando mi profesor de literatura comenzó a exigirme tres poemas semanales, como una deuda, para el periódico del colegio. Así comenzó esta vaina.
—¿Qué poetas son tus referentes y cuáles son tus autores de cabecera?
—Últimamente soy un nómada total, entonces no tengo ni cama ni cabecera, peor autores. Por suerte hay bibliotecas abiertas, y siempre vuelvo a la poesía española: Quevedo, el conde de Villamediana. Después, Blas de Otero y Gabriel Celaya. Leopoldo Panero siempre funciona como electroshock; la vena urbana de Luís García Montero o la nota intimista de Luís Alberto de Cuenca son referentes innegables. En esa misma cantera de poetas queribles están Adoum, Cardenal, Nicanor Parra, Roque Dalton, Enrique Lihn, Gelman, Gonzalo Rojas, el peruano Cisneros o el mexicano Pacheco.
Mis referentes esenciales son, efecto, los antipoetas. O los poetas “anti”. Si a esto le agregamos la vena populista de los poemas que recitaba el indio Duarte, acolitado por una banda de mexicanos con su poesía rural, que poblaron mi adolescencia, ya se tiene una pista de la genética de mi escritura. Pero eso no es todo. En el Ecuador también tengo mis poetas: Hugo Mayo, Cesar Dávila Andrade, David Ledesma Vázquez, Jorge Enrique Adoum, Euler Granda, Efraín Jara. Desde los setenta ya estoy metido “de lleno” leyendo a los tzántzicos, particularmente a Raúl Arias y a Rafael Larrea. En una colección popular de la CCE descubrí a Rodrigo Pesántez Rodas, me entusiasmó tanto que llegué a memorizarme dos de sus poemas y a recitarlos en intimidad como si fueran míos ante unas mujeres que terminaban rindiéndose a “mi” talento. Hay plagios que valen un buen destrampe, decía en ese tiempo. O sea que no se me dio por plagiar a Baudelaire ni a Neruda, ni a gringos ni a rusos, sino a un cuencano..!
Hablando de nuestros tiempos, me gusta la poesía de Oñate, Artieda, Nieto, Paco Benavides, Javier Ponce, Jorge Martillo (el de antes), Roy Sigüenza, y entre los más jóvenes Mussó, Ernesto Carrión y Augusto Rodríguez.
—En el 2008 publicaste el poemario Boca a boca y en el 2009 el poemario Maleta de mano. ¿Qué me puedes decir de estos libros?
—El primero fue un intento ambicioso de ruptura con lo local. Esto me tenía amarrado peor que camisa de once varas y quise experimentar un nuevo registro. A nivel temático intentaba, más que un boca a boca meramente ecológico, asestar un buen martillazo a los lectores atrapados en una especie de nirvana irresponsable con el mundo. Maleta de mano es una especie de continuación de Esquitofrenia, con textos sin patria ni matria, abortados en el limbo de los viajes.
—Tu poesía se nutre de una gran gama de imaginarios sociales, idiomáticos, políticos, culturales muy diversos, ¿qué me puedes decir al respecto sobre tu propia poética?
—Básicamente se trata de una escritura que se gesta con lentitud, al contrario de la vida, y como un remanente digestivo, un ejercicio escatológico depurativo. Lo veo como una deyección, como el sudor o la orina, después de haberme dado cabezazos de lunes a domingo; por eso, muchas veces mi poesía no es tan limpia ni fragante. La poesía Nívea no me va. Es también una manera de agarrarle al lector y enseñarle a ladrar o de montarle para chuparle como cuy no sólo el mal de ojo sino toda la mierda. Y para eso, nada mejor que escribir a calzón quitado y aunque sea con las uñas. Le tengo tirria a la lengua de caucho de los vendedores de éxtasis y de trances baratos. Mi lengua es de carne y hueso y más que algún imaginario, me preocupa mucho la problemática concreta del hombre en un mundo más que jodido, hablo de su cobardía y de su complicidad con los verdugos, de su impotencia, de sus dudas, pero también de una resistencia que tiene que articularse social y políticamente. Mi gran error o mi gran virtud ha sido la de no haberme casado nunca con ningún partido, aunque siempre haya sido de izquierda y siga ahora más que nunca proclamándome de izquierda. Si fuera más joven seguro que militaría en algún grupo radical, tipo Alfaro-Vive. Ahora, después de haber pasado 22 años fuera del país y de haber visto los “milagros” de los rapaces que han desfilado por Carondelet, llegando al clímax con los payasos Bucaram o Gutiérrez y el éxodo inmisericorde de ecuatorianos al exterior, creo que hay que arrimar el hombro para sostener y llevar adelante el proyecto de institucionalización en el que se halla empeñado el actual gobierno.
—Ahora hay muchas “tendencias y modas” a la hora de escribir poesía, ¿con cuál te quedas y cuál rechazarías?
—La vaina es que algunos poetas se comportan con la poesía como si fuera una marca. Y si hablamos de marcas, hablamos de modas y tendencias, que condenan al producto a lo efímero. El problema lector- autor sigue el modelo del mercado oferta-demanda, y el cliente termina desnaturalizando la función y la razón de ser del producto. Si el poeta resiste y escribe al margen de las exigencias del mercado, aceptando las consecuencias de la marginalidad, estaría asegurando la longevidad mínima que exige un poema antes de ser digerido, que puede ser cualquier cosa, excepto un yogur pasado. Lo grave es que, en este mismo contexto, y como está tan de moda la falsificación, muchas veces nos caen con Ray-Ban falsetas, con whiskies, lociones y perfumes chiveados. La poesía va saliendo a la cancha con las firmas de quienes la subvencionan. No estamos lejos de toparnos con una poesía marca Adidas, otra Nike, Yves Saint Laurent y así por el estilo. Las perversiones del marketing han contaminado la poesía y en la blogósfera podemos hallar muchos ejemplos.
En lo que nos concierne, deberíamos quedarnos con lo que tenemos: nuestra carretera, nuestra propia procesión, tratando de conjugar el tono con la rabia, la bronca, el humor, el cinismo, que serán inevitablemente los derivados de lo que pasa afuera. Jamás el nihilismo. Ya está bien de desencanto. Para salir del hueco hay que mover el culo sin esperar a que nos den reparado el mundo.
—¿Qué opinión tienes sobre nuestro pequeño mundillo literario? ¿Sobre todo de los clásicos egos, vanidades y luchas por territorios tan comunes para todos?
—Hay quienes piensan que somos muchos. Que el mundo está inundado de poetas. Que cualquiera es poeta. Yo no comparto esa idea. Hay espacio para todos y, por último, me parece mejor un país lleno de poetas o aspirantes a poetas que un país de traficantes o de aspirantes a jugadores de ecuavolley. Es verdad que en este contexto, dada la vastedad de productores, resulta imposible saber qué es lo que se publica en nuestro entorno. Lo peor es que los hay de muy buena calidad y con una enorme potencia —jóvenes y no tan jóvenes—, que son prácticamente desconocidos, y otros cuya valía está por probarse, pero que gozan del espacio en la prensa y del favor de quienes fungen como críticos. Los grupos son inevitables. Total, cada quien tiene derecho a irse con la gente que quiera, lo evitable es el sectarismo de ciertos grupúsculos reaccionarios que creen que el poeta es un extraterrestre y que hay que escribir para marcianos, cuando resulta más fácil tener los pies en la tierra. Los pobres creo que ni duermen pensando cómo hacer para morirse célebres, cuando resulta más bonito morirme enamorado o jodiendo, por ejemplo.
—Pienso que tu generación todavía no goza de la apertura y del conocimiento real que debería tener sus poéticas. ¿A qué se debe esto?
—No lo creo. Hay poetas de mi generación que gozan de reconocimiento nacional e internacional, puesto que son invitados a ferias del libro por aquí y por acá. Yo estoy fuera del Ecuador desde hace años y no tengo derecho a exigir nada. Pero también tenemos que admitir que, pese a que no somos tan jóvenes, no hemos logrado construirnos como generación, pues no sólo carecemos de la cohesión y de la articulación elementales, sino que tampoco podemos exhibir una obra absolutamente sólida y eso porque cada uno decidió hacer lo que tenía que hacer, por su lado. Cuando les lleguemos por lo menos a las canillas a César Dávila, a Adoum o a Hugo Mayo, y si ni siquiera así nos reconocen, entonces tendremos razón de quejarnos.
—¿Qué piensas de la joven poesía ecuatoriana actual?
—Es un espacio nuevo también muy vasto y por eso, así como por mi distancia del país, algo de lo que no puedo afirmar nada con certeza. En Cuenca en el 2005 y más tarde en Guayaquil pude descubrir la existencia de numerosos poetas y grupos, muchos de ellos prometedores. Lo interesante es el espíritu de encuentro y de diálogo, la curiosidad y el empeño con que ellos se suscitan y que por suerte difiere esencialmente de la conducta de las generaciones anteriores que confundían la poesía con un concurso de palo encebado. En este sentido, el trabajo articulador y difusor de “La Buseta de Papel” es más que encomiable. Hay blogs que entran en esa línea, como el de Pablo Yépez (K-oz), el de La Buseta y el de Diego Velasco, que hacen un trabajo incesante de recuperación de la memoria, de forja de una identidad a través de la literatura y de difusión de nuevos textos y de nuevos autores. Ojalá no tiren la toalla. Hay posturas y registros de escritura potentes en cada provincia y es muy prometedor para nuestra literatura lo que los jóvenes andan escribiendo.
—He escuchado en numerosas ocasiones de que supuestamente la poesía sólo la leen y la consumen los mismos poetas, ¿crees que es así? ¿Cómo crear mecanismos para que la poesía llegue a otros sectores de la sociedad, pero sin que pierda su parte radical o subversiva?
—Eres optimista. Imagino que entre tal cantidad de poetas, hay dos o tres que leen lo que escribimos, aparte de dos o tres parientes cercanos. El resto es silencio. El problema es que existen poetas con la sangre bien bonita y con amigos en los periódicos, y cuyo enorme ombligo les impide ver la sangre ajena.
La mejor manera de promocionar y difundir la poesía en todos los sectores sería a través de la escuela y de los medios de comunicación. ¿Quiénes son los dueños de las palabras? Los que sabemos, los que siempre tuvieron el poder, acolitados por los medios de comunicación. El Estado, a través del Ministerio de Educación y de los medios, tiene vela en este entierro, y en gran medida serían los responsables de nuestra sensibilidad o de nuestra mutilación. El Régimen, que cuenta con ministros escritores, está haciendo lo mejor que puede para sacarle no sólo a la literatura sino al país entero de la cuneta, pero ellos solos no pueden cambiar nada de la noche a la mañana. Y como todo poema y todo poeta son y están, básicamente contra, nosotros tenemos que robarles las palabras a los que las tienen confiscadas. La parte subversiva del poema no requiere nutrirse de otra cosa sino de lo que nos depara a cada uno las 24 horas del día.
—¿En qué proyectos literarios o culturales te encuentras?
—Estoy reuniendo unos viejos textos (siempre sobre la memoria y nuestro patrimonio cultural popular), hablo de algunos héroes y personajes de leyenda, como El Chico de Oro (Jaime Valladares), Eugenio Espinoza, Edgar Peñaherrera, el “gato” Ansaldo..., con miras a armar un nuevo compendio (Cajita de bla-bla); también ando borroneando unos textos sobre el último tsunami (personal), una experiencia bastante fuerte que ha sacudido completamente mi vida. No puedo hacer más, pues mis obligaciones académicas en la universidad me lo impiden. No obstante, tengo pendiente finalizar la traducción al francés de una antología de poetas jóvenes (Antología Hugo Mayo); lamentablemente perdí mucho tiempo buscando entre mis relaciones alguien de buen nivel que pudiera hacerlo, pero me han tenido espera y espera, hasta que decidí hacerlo yo mismo. Una vez terminada esa etapa, intentaré ver un editor, que es otro cuento.
Entrevista de Augusto Rodriguez, publicado en Letralia.