una de chullitas
( de Cajita de Bla-Bla )
desde chiquito yo era mexicano
todos los guambras del barrio éramos mexicanos
íbamos al futbolín
no a jugar futbolín
sino a leer santo, el enmascarado de plata,
el valiente, memín pingüín, el llanero solitario
los domingos, cuando no íbamos al fútbol
éramos más mexicanos que nunca
íbamos al coliseo-dos películas mexicanas por un sucre-
y salíamos con ganas de ser tony aguilar
pedro infante o javier solís
tener pistolas y cantar rancheras jineteando un caballo
pero qué caballo íbamos a tener
si vivíamos con las justas
los únicos caballos en carne y hueso que pudimos ver
fueron los de la policía nacional
que venían desde la plaza grande
después de haber salido del regimiento quito
a dispersar las manifestaciones
de un mundo de quiteños que gritaban
abajo ponce
abajo el loco
abajo el borracho
nunca comprendí ese comportamiento de este pueblo
que parecía trabajar de ascensorista
subiendo y bajando presidentes
la cosa es que los chapas subían a caballo
la calle venezuela
con unos sables de esos de los tres mosqueteros
nosotros les esperábamos en la ambato
jugando a los chullitas y bandidos
pintándonos con carbón unas patillas de mariscal sucre
con pistolas de palo y balas de maíz
quemando llantas
reuniendo bolas (canicas, para los aniñados)
y cuando estaban en mitad de la cuesta
las echábamos a rodar camino abajo
y era de ver- parecía película-
los pobres chapas cayéndose de culo
los caballitos patinaban y se daban de panza
y se nos daba por sentirnos héroes
personas importantes
en esas aventuras súper-emocionantes
con ráfagas de piedras zumbándonos la oreja
las puertas lanfor de los almacenes
cerraban volando, parecían guillotinas
y las viejitas rogando abra, señor,
un ratito nomás
y el señor pepe guerra, talabartero ciego,
suplicando también abra un ratito,
un ratito nomás, hasta que pasen,
pero nunca pasaron porque nunca pudieron
y nosotros
-los chullitas del barrio-
volvíamos a la casa como abdón calderón
pero enteritos
como el teniente ortíz, oliendo a pólvora,
a lavarnos la cara que olía a chamuscado
y a bomba lacrimógena.
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