lunes, 19 de octubre de 2009

una de chullitas

( de Cajita de Bla-Bla )

desde chiquito yo era mexicano

todos los guambras del barrio éramos mexicanos

íbamos al futbolín

no a jugar futbolín

sino a leer santo, el enmascarado de plata,

el valiente, memín pingüín, el llanero solitario

los domingos, cuando no íbamos al fútbol

éramos más mexicanos que nunca

íbamos al coliseo-dos películas mexicanas por un sucre-

y salíamos con ganas de ser tony aguilar

pedro infante o javier solís

tener pistolas y cantar rancheras jineteando un caballo

pero qué caballo íbamos a tener

si vivíamos con las justas

los únicos caballos en carne y hueso que pudimos ver

fueron los de la policía nacional

que venían desde la plaza grande

después de haber salido del regimiento quito

a dispersar las manifestaciones

de un mundo de quiteños que gritaban

abajo ponce

abajo el loco

abajo el borracho

nunca comprendí ese comportamiento de este pueblo

que parecía trabajar de ascensorista

subiendo y bajando presidentes

la cosa es que los chapas subían a caballo

la calle venezuela

con unos sables de esos de los tres mosqueteros

nosotros les esperábamos en la ambato

jugando a los chullitas y bandidos

pintándonos con carbón unas patillas de mariscal sucre

con pistolas de palo y balas de maíz

quemando llantas

reuniendo bolas (canicas, para los aniñados)

y cuando estaban en mitad de la cuesta

las echábamos a rodar camino abajo

y era de ver- parecía película-

los pobres chapas cayéndose de culo

los caballitos patinaban y se daban de panza

y se nos daba por sentirnos héroes

personas importantes

en esas aventuras súper-emocionantes

con ráfagas de piedras zumbándonos la oreja

las puertas lanfor de los almacenes

cerraban volando, parecían guillotinas

y las viejitas rogando abra, señor,

un ratito nomás

y el señor pepe guerra, talabartero ciego,

suplicando también abra un ratito,

un ratito nomás, hasta que pasen,

pero nunca pasaron porque nunca pudieron

y nosotros

-los chullitas del barrio-

volvíamos a la casa como abdón calderón

pero enteritos

como el teniente ortíz, oliendo a pólvora,

a lavarnos la cara que olía a chamuscado

y a bomba lacrimógena.

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